Veinte Rosebuds en Vuelapluma.
“El señor Kane fue un hombre que tuvo cuanto se puede desear
y lo perdió luego. Puede que Rosebud fuera algo que no pudo conseguir o algo
que perdió”.
Secuencias finales de Ciudadano
Kane.
“¿Cómo voy a resistir el dolor de todo lo que se ha perdido
sin dejarme siquiera el sueño de una edad prístina, teñida tal vez por el
violeta de la melancolía, sin un mito de la expulsión que sirva para
interpretar mi dolor?.”
J.M.Coetzee. En medio de ninguna parte.
¿Pero hubo alguna vez
una edad prístina y si la hubo, fueron los hombres que tuvieron la fortuna de
vivirla, conscientes de ella? Desde el
principio de los tiempos parece que el ser humano fantaseó con la idea de una Edad de Oro en la
que los dioses y los hombres eran uno y a la que seguía la escisión, la degradación y la pérdida. Hesíodo nos ha dejado la
primera narración de ese orden descendente desde el oro al hierro, que planeará
sobre occidente durante siglos, de tal
modo que podría decirse que el recuerdo
de una Edad de Oro o de un Paraíso Perdido, ha sido
uno de los grandes temas de la cultura
occidental.
Pero es sin
embargo desde el Renacimiento, un momento de ruptura con un
mundo de fronteras precisas y de
precaria delimitación de otras nuevas , un momento de descubrimiento de nuevos mundos físicos e
imaginarios , cuando esta conciencia de pérdida y esta añoranza de plenitud a la que llamamos melancolía, teñirá
con mayor intensidad toda la cultura de occidente. El neoplatonismo, abonará la idea de un alma infinitamente luminosa en su origen a la que la materia oscurece y a la que el aprendizaje devuelve parte de lo
que ha olvidado. De ello se seguiría igualmente que
la melancolía podía transportar a
un estado que permitía recobrar la clarividencia,
el conocimiento en estado puro, por intuición
directa. Así los artistas, nacidos bajo el signo de Saturno, serían aquellos a los que su condición
melancólica permitiría vislumbrar la visión del paraíso y el arte el lugar en el que se acababa alumbrando el
fruto de
esas visiones.
Desalojado de la vida
cotidiana el neoplatonismo, reducido casi exclusivamente en nuestro tiempo
a estantería de erudito, la melancolía mostrará sin embargo su resistencia, su
capacidad para mutar y seguir afectando
a todos cuantos tienen la sensación de
haber perdido algo o no han encontrado
todavía lo que buscan. Y así la
sicología vendrá en su ayuda y ensayará una explicación distinta (y quizá no menos
platónica) para esa añoranza porque no es ahora una vida anterior, pero si la
infancia, la proveedora de ese conocimiento mágico que proporciona la medida exacta del
nombre de las cosas. La sicóloga, Marion Milner, investigadora de referencia en
la relación entre juego y creatividad, no puede evitar asociar ese momento con “el poeta primitivo que hay
en cada uno de nosotros” e incluso pensar
que ese estadio de la vida “se
parece demasiado a las visitas de los
dioses”. La madurez, la entrada en la razón, supondría la gran fractura, la privación de la intimidad
con la realidad y es el arte el que de alguna forma volvería a devolvernos parte de ella.
En 1941, cuando América comenzaba a salir de la Gran Depresión, Orson Welles realiza Ciudadano Kane y la mítica película no es una emotiva
confesión de experiencias iniciáticas como cabría esperar de un joven de 26 años ,
sino la historia de un
hombre poderoso y depredador contada
desde su niñez hasta sus momentos finales . Fiel a la tradición que encuentra
en el desengaño y la decepción, uno de
los principales resortes de la creación artística, Ciudadano Kane puede leerse como una denuncia de la futilidad del poder y los bienes materiales, pero es sobre todo un dramático lamento de la
irremediable pérdida del paraíso de la
inocencia. Orson Welles vuelve así en
esa obra realizada en estado de gracia, a narrar la
melancolía de un hombre simbolizada
en una palabra, Rosebud , y en un objeto, un trineo, que el fuego acaba consumiendo y cuya íntima asociación entre ambos, el gran
secreto de la historia, quizás de todas la historias, solo el propio Charles
Foster Kane y nosotros los espectadores conocemos . Mientras lo vemos consumirse en el fuego de
la gran chimenea de Xanadú, esa
escena final vuelve a recordarnos de nuevo el imposible encuentro de las palabras y las cosas, perdido en el mundo
ideal de la infancia y origen de
cualquier forma de melancolía. ¿ Como
no evocar ante ella El sueño de Colerigdge, y pensar en Rosebud como una nueva manifestación de ese
arquetipo, ese objeto eterno al que Borges imagina ingresando paulatinamente en
el mundo para agregar a la realidad sueños como el
palacio de Kublai Khan y el
poema de Coleridge?.
Pero vivimos ya en
otro tiempo y sufrimos otra modalidad de
Gran Depresión. En El
lobo de Wall Street, Scorsese
relata también la ascensión y
caída de un triunfador posmoderno, depredador como Kane, pero a diferencia de este sin un Xanadú
real o imaginario que habitar, sin un Rosebud
que situar en una edad primigenia,
sin la añoranza de la llegada de ningún arquetipo, de ningún objeto eterno. A
diferencia de Charles Foster Kane,
Jordan Belfort , no se nos
presenta como un personaje melancólico
rodeado de obras de arte, sino como alguien que , por citar dos obras de un gran
melancólico contemporáneo , J.M. Coetzee, ha sobrepasado la Edad del Hierro para aterrizar En medio de ninguna parte, en un mundo
infernal, sin pasado, sin referencias y sin jerarquías. Un medio ciertamente hostil para determinado tipo de artista, para determinado tipo de arte… si no se opta
por salirse del tiempo, por rebelarse contra él.
Esta exposición parte de una conversación sobre la película
de Welles. Reunir a una serie de artistas, para que nos desvelaran su Rosebud
personal, fue una tentación irresistible y quizá un atrevimiento , aunque bien mirado ,
¿qué otra cosa continúa haciendo el arte ,al menos aquel que sigue interesado en el deseo de conciliar
el mundo ideal y el mundo sensible, sino tratar de resucitar el Rosebud primordial?. Elegimos a artistas, diez hombres y diez mujeres, que estuvieran
en il mezzo del camino, un buen
momento para extender la mirada sobre el pasado y tratar de descubrir a que
imagen asociaron el vislumbre de la
plenitud y si esa imagen fue después una referencia en sus vidas o en sus obras.
Una imagen que puede aparecer soleada
como la cúpula del palacio de Kubla,
aunque flotando en el abismo tenebroso , pues no ignoramos que el arte
ha podido nacer justamente de esa desgracia, de esa pérdida de
inocencia, de ese pecado original de la memoria, porque ¿quién desearía en occidente cantar un paraíso que no se ha perdido?. Nuestro pecado nos conforma como hombres tanto como nuestra
gracia de modo que nuestro olvido, nuestra mutilación primordial, nuestra
insatisfacción, nuestra melancolía en fin,
es una llamada de atención a los dioses para que acepten el reto y acaben por reconocernos y devolvernos el
tiempo perdido.
Es muy posible que
cuando escribió el guión de Ciudadano
Kane, Orson Welles admirador de los poetas románticos ingleses, conociera Xanadú,
el famoso poema de Coleridge, pero no había podido leer el cuento de Borges publicado en Otras
Inquisiciones en 1952 . Quizás el viejo trineo haya viajado ya al universo de los arquetipos para
simbolizar, como el arte, aquello
que nos saca del tiempo, que nos
despierta del letargo de la existencia para devolvernos un instante de iluminación. También nosotros confiamos en que
la serie de sueños y trabajos no haya llegado a su fin y en que no cesará el número de soñadores que en cualquier lugar y en
cualquier momento nos devolverán las
cosas, las rescatarán de los sueños para
darles la forma de un palacio, un poema, un mármol, una música o una pintura.
Fue con esa esperanza, con esa secreta intención, con las que, en una noche de primavera, Eugenia, Gemma y yo planeamos esta exposición.
María Escribano. Enero de 2014