jueves, 27 de febrero de 2014

ROSEBUD




Veinte Rosebuds  en Vuelapluma.

“El señor Kane fue un hombre que tuvo cuanto se puede desear y lo perdió luego. Puede que Rosebud fuera algo que no pudo conseguir o algo que perdió”.
Secuencias finales de Ciudadano Kane.
“¿Cómo voy a resistir el dolor de todo lo que se ha perdido sin dejarme siquiera el sueño de una edad prístina, teñida tal vez por el violeta de la melancolía, sin un mito de la expulsión que sirva para interpretar mi dolor?.”
J.M.Coetzee.  En medio de ninguna parte.

¿Pero hubo  alguna vez una edad prístina y si la hubo, fueron los hombres que tuvieron la fortuna de vivirla, conscientes de ella? Desde  el principio de los tiempos parece que el ser humano  fantaseó con la idea de una Edad de Oro en la que los dioses y los hombres eran uno y a la que seguía la escisión, la degradación  y la pérdida. Hesíodo nos ha dejado la primera narración de ese orden descendente desde el oro al hierro, que planeará sobre  occidente durante siglos, de tal modo que podría  decirse que el recuerdo de una Edad de Oro o de un Paraíso Perdido,   ha sido uno de los grandes temas  de la cultura occidental.
 Pero es sin embargo  desde   el  Renacimiento, un momento de ruptura con un mundo de fronteras precisas y  de precaria delimitación de otras nuevas , un momento  de   descubrimiento de nuevos mundos físicos e imaginarios  , cuando  esta  conciencia de  pérdida y esta   añoranza  de plenitud a la que llamamos melancolía, teñirá con mayor intensidad toda la cultura de occidente.  El   neoplatonismo,  abonará la idea de un alma infinitamente  luminosa en su origen a la que la materia  oscurece  y a la que el aprendizaje devuelve parte de lo que ha olvidado.  De ello se seguiría   igualmente que  la melancolía podía  transportar a   un estado que permitía recobrar la clarividencia, el conocimiento en estado puro,  por intuición directa. Así los artistas, nacidos bajo el signo de Saturno,  serían aquellos a los que su condición melancólica permitiría vislumbrar la visión del paraíso  y   el arte  el lugar en el que se acababa alumbrando el fruto  de  esas  visiones. 
Desalojado  de la vida cotidiana  el neoplatonismo,  reducido casi exclusivamente en nuestro tiempo a estantería de erudito, la melancolía mostrará sin embargo su resistencia, su capacidad  para mutar y seguir afectando a todos cuantos  tienen la sensación de haber  perdido algo o no han encontrado todavía lo que buscan.  Y así   la sicología vendrá en su ayuda y  ensayará  una explicación distinta (y quizá no menos platónica)  para esa añoranza  porque no es ahora una   vida anterior,  pero si    la infancia,  la proveedora de ese  conocimiento  mágico que proporciona la medida exacta del nombre de las cosas.  La  sicóloga,  Marion Milner, investigadora de referencia en la relación entre juego y creatividad, no puede evitar asociar  ese momento con “el poeta primitivo que hay en cada uno de nosotros”   e incluso   pensar  que ese estadio de la vida  “se parece demasiado  a las visitas de los dioses”. La madurez, la entrada en la razón, supondría  la gran fractura, la privación de la intimidad con la realidad y es el arte el que de alguna forma volvería  a devolvernos parte de ella.
     En  1941, cuando América comenzaba a salir  de la Gran Depresión,  Orson Welles realiza Ciudadano Kane  y  la mítica película no es una emotiva confesión de experiencias iniciáticas  como cabría esperar  de un joven de 26 años  ,  sino    la historia de un hombre  poderoso y depredador contada desde su niñez hasta sus momentos finales . Fiel a la tradición  que encuentra  en  el desengaño y  la decepción,   uno de los principales resortes de la creación artística, Ciudadano Kane puede leerse como  una denuncia de  la futilidad  del poder y  los bienes materiales,  pero es sobre todo un dramático lamento de la irremediable  pérdida del paraíso de la inocencia.  Orson Welles vuelve así en esa obra realizada en estado de gracia, a narrar    la   melancolía de un hombre  simbolizada en una palabra,  Rosebud , y en un objeto, un  trineo, que el fuego acaba consumiendo y  cuya íntima asociación entre ambos, el gran secreto de la historia, quizás de todas la historias, solo el propio Charles Foster Kane y nosotros los espectadores conocemos .  Mientras lo vemos consumirse en el fuego de la gran chimenea de Xanadú,  esa escena  final vuelve a   recordarnos de nuevo el  imposible encuentro  de las palabras y las cosas,  perdido  en el mundo  ideal de la infancia y  origen de cualquier forma de melancolía.   ¿ Como no evocar ante ella  El sueño de Colerigdge,   y pensar en Rosebud como una nueva manifestación de    ese arquetipo, ese objeto eterno al que Borges imagina ingresando paulatinamente en el mundo para agregar a la realidad  sueños  como   el  palacio de Kublai Khan  y el poema  de Coleridge?.
  Pero vivimos ya en otro tiempo y sufrimos  otra modalidad de Gran  Depresión.  En El lobo de  Wall Street,     Scorsese  relata  también la ascensión y caída de   un  triunfador posmoderno,     depredador como Kane,  pero a diferencia de este   sin un Xanadú real o imaginario que habitar, sin un  Rosebud  que situar en una  edad primigenia, sin la añoranza de la llegada de ningún arquetipo, de ningún objeto eterno. A diferencia de Charles Foster Kane,  Jordan Belfort ,  no se nos presenta como  un personaje melancólico rodeado de obras de arte,  sino como  alguien que , por citar dos obras de un gran melancólico contemporáneo , J.M. Coetzee,  ha sobrepasado la Edad del Hierro para aterrizar  En  medio de ninguna parte, en un mundo infernal,  sin pasado,  sin referencias y sin jerarquías.  Un medio ciertamente hostil   para    determinado tipo de  artista,   para determinado tipo de arte… si no se opta por salirse del tiempo, por rebelarse contra él.
Esta exposición parte de una conversación sobre la película de Welles. Reunir a una serie de artistas,  para que nos desvelaran su  Rosebud personal, fue una tentación irresistible  y quizá un atrevimiento , aunque bien mirado ,  ¿qué  otra cosa  continúa haciendo  el   arte ,al menos  aquel que sigue interesado  en el deseo  de conciliar  el mundo ideal y el mundo sensible,  sino tratar de resucitar  el  Rosebud primordial?. Elegimos a  artistas, diez hombres y diez mujeres,   que estuvieran en il mezzo del camino, un buen momento para extender la mirada sobre el pasado y tratar de descubrir a que imagen asociaron  el vislumbre de la plenitud y si esa imagen fue después una referencia en sus vidas o en sus obras. Una imagen que puede aparecer  soleada como la cúpula del palacio de Kubla,  aunque   flotando en el abismo tenebroso ,  pues no ignoramos que el    arte ha  podido  nacer  justamente de esa desgracia, de esa pérdida de inocencia, de ese pecado original de la memoria, porque  ¿quién desearía en occidente  cantar un paraíso que no se ha perdido?.  Nuestro pecado  nos conforma como hombres tanto como nuestra gracia de modo que   nuestro olvido,  nuestra mutilación primordial, nuestra insatisfacción,  nuestra melancolía  en fin,  es una llamada de atención   a los dioses para que acepten el reto y  acaben por reconocernos y devolvernos el tiempo perdido.    
 Es muy posible que cuando  escribió el guión de Ciudadano Kane, Orson Welles admirador de los poetas románticos ingleses, conociera  Xanadú,  el famoso  poema de Coleridge, pero  no había podido leer  el cuento  de Borges publicado en  Otras Inquisiciones en 1952 .  Quizás  el viejo trineo   haya   viajado  ya al  universo de los arquetipos   para  simbolizar, como el arte,  aquello que  nos saca del tiempo, que nos despierta del letargo de la existencia   para devolvernos  un instante de  iluminación. También nosotros confiamos en que la serie de sueños y trabajos no haya  llegado a su fin y en que no cesará el número  de soñadores que en cualquier lugar y en cualquier momento  nos devolverán las cosas, las  rescatarán de los sueños para darles  la forma de un palacio,  un poema, un mármol, una música o una pintura.    Fue con esa esperanza, con esa  secreta intención, con las que,  en una noche de primavera,  Eugenia, Gemma y yo  planeamos esta exposición.


María Escribano. Enero de 2014