Concha Mtnez. Barreto S/T
sobre el personaje de Alicia
Juan Antonio Mañas
"Capitán Nemo" JulesVerne
"La isla del tesoro" Robert Louis Stevenson
"Sherlock Holmes" Arthur Conan Doyle
EL JUEGO DE LAS
REPRESENTACIONES
Los personajes
que habitan en las historias que leemos o que nos cuentan viven en nuestra
imaginación. Su presencia puede llegar a ser tan viva como huidiza. No me
refiero a su valor moral o ejemplificante, ya que entonces se alojan en nuestra
razón. Me refiero a un hecho mucho más misterioso, a su naturaleza alquímica, a
su poder transformador, cuando penetran en nuestra alma y pasan a formar parte
de nuestro horizonte vital. Conforman nuestra persona al igual que lo hacen los
lugares en los que vivimos o los seres con los que compartimos nuestra
existencia. El caso más extremo es el de don Quijote, que llevaba en su majín a
los héroes y heroínas de sus lecturas; llegando a verlos con sus ojos en las
nubes de polvo o en el campo sin relieve de la Mancha. Aunque no puedo
olvidarme de que don Quijote también es personaje de ficción: un ser imaginado
que lleva en su imaginación a otros seres igualmente imaginados. Y lo que le conduce
a la aventura es que esas imaginaciones suyas se le hagan vivas, adquieran
realidad, se conviertan en representaciones palpables.
Y es que el
deseo de que los seres de ficción adquieran visibilidad, que lleguen a existir
en el plano del “ver”, es un anhelo que viene de muy antiguo. En todo momento y
en todo lugar aparecen representaciones de héroes y heroínas literarios, comparten
ese espacio con la cohorte de los inmortales y las figuras de los libros
sagrados. Esculpidos en mármol o en piedra; en relieves o en pinturas murales;
sobre tabla o sobre lienzo; en códices y libros impresos. Gilgamesh y Ulises;
Perceval junto al Rey Pescador; el príncipe Genji y Simbad; Ginebra, Isolda, Angélica, Orlando y
Tancredo. Y lejos de contentarnos con su representación plástica, también hemos
querido verles subidos a los escenarios, en comedias y óperas. Incluso hay
autores que han aparecido representados como si fueran personajes de ficción,
Dante y Virgilio surcando las procelosas aguas del Infierno. De tal modo que se
ha producido y se sigue produciendo un trasvase continuado entre los múltiples
planos de las representaciones.
Durante siglos los
personajes se caracterizaron mediante sus atributos: Lanzalote por su armadura,
la doncella por sus vestidos, el ermitaño por su hábito de estameña, el rey
Artuto por su corona, Lulio por su barba y el códice. Hasta que en el paso del
Antiguo Régimen al Nuevo, por dar una fecha, se afirmó un cambio significativo
en el dominio de la representación plástica de los personajes literarios. Este
cambio puede verse como el resultado de una curiosa coincidencia: entre una
invención técnica y la ampliación del objeto literario.
El inglés Thomas
Bewick renovó en el último cuarto del XVIII la técnica del grabado sobre
madera. El grabado pasó a labrarse con el buril sobre una madera dura, en
relieve, al igual como están en relieve los caracteres tipográficos, por lo que
texto e imagen pudieron imprimirse juntos, abaratándose así los costes. Ello
dio pie a que proliferaran las publicaciones periódicas ilustradas, y, cómo no,
los libros ilustrados. El llamado libro romántico estuvo al alcance de un
amplio espectro de bolsillos; donde antes por un precio elevado se tenía un
libro con alguna decena de ilustraciones, se pasó a un volumen que por un
precio ajustado ofrecía centenares de imágenes.
Este fenómeno
editorial vino a coincidir con otro de carácter literario: la descripción
comenzó a alcanzar una amplitud hasta entonces insospechada. Los escritores
pasaron a ocuparse de multitud de objetos, de tipos y de individuos. A caracterizarlos
hasta en sus mínimos detalles. La novela se estaba convirtiendo en ese saco rato
en el que cabe casi de todo. Esta riqueza de detalles supuso una fuente de
inspiración para los dibujantes. Hubo editor que concibió el libro como una
unidad indisoluble de texto e imagen. Es el caso de Hetzel con el ciclo de los Viajes extraordinarios de Verne. Y no
tan sólo el editor, también el escritor. Balzac ejerció un férreo control sobre
la plasmación plástica de sus personajes en la edición prínceps de la Comedia humana. Apasionado por la
fisiognomía, quería que el dibujo de los personajes respondiera a sus
descripciones, que el lector pasase a verlos, como quien dice, en carne y hueso
sobre el papel.
De esta
tendencia, de esta pasión por el libro ilustrado, surgió una auténtica galería
de retratos de personajes literarios. Algunas de estas imágenes han quedado
indisolublemente unidas al personaje; y difícilmente podemos representárnoslo
de otro modo. Mr. Pickwick, tal como lo plasmó Robert Seymour; el Caballero de
la Triste Figura y su escudero; Alicia; el profesor Lidenbrook del Viaje al centro de la Tierra, cuya
inconfundible figura Paul Delvaux incorporó a sus pinturas.
La
dependencia inicial por la que el artista tenía que ajustarse al texto se ha
ido diluyendo; por efectos del paso del tiempo que cambia los modos de hacer, y
porque algunos ilustradores abrieron la vía de una interpretación personal. Casi
diría que ahora lo que le pedimos al artista es que nos sorprenda, que dé paso
libre a su imaginación, incluso cuando sus imágenes se dan junto al texto.
Esperamos que nos proporcione una perspectiva insospechada de la obra y de sus
personajes, que venga a enriquecer nuestra experiencia de la lectura. Y, mucho
más, cuando héroes y heroínas aparecen plasmados fuera de las páginas que les
dieron vida.
Es por ello que
se ha despertado nuestra curiosidad por la presente exposición. Nos preguntamos
qué personajes habrá escogido cada uno de los artistas convocados, cuáles habrán
sido sus amores de toda una vida. ¿Coincidirán con alguno de los nuestros?
¿Despertarán nuestro interés por algún personaje que teníamos medio olvidado?
¿Y qué tratamiento les dispensarán? En qué medida enriquecerán nuestra propia
vivencia, qué sorpresa nos depararán sus representaciones, cómo vendrán a colmar
nuestras expectativas.
Vicente Ferrán Martinell
Brigitte Szenzci
"Alicia en el país de las Maravillas" Lewis Caroll
de la película "El hombre invisible"
De estos personajes
sabemos mucho o muy poco. La fluidez de sus historias se basa en que no se
sienten observados. Para acercarnos debemos estar en igualdad de condiciones;
mirar los mismos paisajes, vestir como ellos, compartir sus pasiones...
Las afinidades no
se limitan a la condición de los protagonistas que a veces hacen que nos
sintamos incapaces de percibir su realidad sino que intentamos anhelar sus
deseos, participar de sus vidas. En eso
está su hermosura y su grandeza, en la
simbiosis de la perpetua fusión de la ilusión y la realidad que puede conseguir
hacer a un personaje que amamos tan dramático o cómico como poético.
Palabras de otros
idiomas, de otros siglos, que perviven en el tiempo igual que si de una
conversación se tratase, así es la forma más sencilla del diálogo, cualquiera
de los relatos cotidianos de nuestra existencia se pueden convertir en la
elección del protagonista de nuestra novela y sentirnos apresados en amores que
duran toda una vida.
G. de S.
G. de S.
Dis Berlín
"La Regenta" Leopoldo Alas "Clarín"
"Tess d´Uberville" Thomas Hardy
Andrea Santolaya
"Sonetos Completos" Antero de Quental
Serzo
" El Alturscado "
"El reposo de Aaron"
"Aaron"
Luis Rodriguez-Vigil
"La hija de Vinteuil" En busca del tiempo perdido Marcel Proust
Ana Juan
"Carta a una señorita en París" Julio Cortázar
Noel Vanososte
"Batman y Robin" Bob Kane y Bill Finger