martes, 10 de noviembre de 2015

TOLSTOI, LA INFIDELIDAD



Tolstoi, Carlos García-Alix

Cárcel de amor
Cenizas de amor, Juan Antonio Mañas

La sonata a Kreutzer, Almudena Armenta

La felicidad conyugal, Almudena Armenta


Desazón. Añoranza,.
 Sonata de hielo. Tres corazones, Mariana Laín


El roce furtivo.
 La carta. La duda, Mariana Laín


La zona ilegal, Iker Serrano


Máscaras en la oscuridad. El tesoro oculto, Iker Serrano


Narvskaya. San Petesburgo, Andrea Santolaya


Noche en la estación, Damián Flores


Joven con abedules, Mariana Laín


Amor en la nieve, Mariana Laín


Tolstoi, Carlos García-Alix

                                                       
                                                           Anna K., Cristina Ruiz Guiñazu


La herida. Horizon, Cristina Ruiz Guiñazu


Pat Andrea 



L´ínfidéle, Pat Andrea


Atormentada, Brigitte Szenczi

Ida sin vuelta. Brigitte Szenczi







"Lev Nikolaevich TOLSTOI. Obras Completas" 1ªedición..Tomo 2
El LISSITZKY
Moscú 1928

RETRATO  DE ANA KARENINA

Imagino que suena una música de Stravinsky, quizá Pájaro de fuego.
Imagino que suena una música de Stravinsky, quizá Pájaro de fuego, mientras fumo lentamente un oloroso Lusitania de Partagás.
 Imagino que suena una música de Stravinsky, quizá Pájaro de fuego, mientras fumo lentamente un oloroso Lusitania de Partagás, una tarde luminosa de una ciudad sin nombre.
Imagino  ese escenario de música y humo azul como el ideal para la lectura de Ana Karenina, una novela que escribió el conde Tolstoi pensando en una hija del poeta Pushkin.
Imagino ese escenario para la lectura de una novela que hoy celebramos junto a un grupo selecto de artistas inspirados.
 La música  de Stravinsky y el humo azul del Lusitania de Partagás, son los imaginarios acompañantes de un personaje de novela que puede ser evocado hoy como un ícono de la infidelidad.
Imagino un retrato de Ana Karenina como un icono ortodoxo ahumado por los cirios. La recuerdo por una mota de oro en la pupila, como el retrato de  Teodora que imaginó Lawrence Durell en un poema.
Lo imagino como Durell. Inmerso en esos inestables deseos que conturban la carne. Una mota de oro en la pupila de un ojo.
Imagino el ojo del retrato con su mota de oro en la pupila. El acechante ojo que me persigue cuando suena una música de Stravinsky y el humo azul del Lusitania envuelve el rostro ortodoxo  de  Teodora.  El rostro ortodoxo del icono de Karenina. Frente a frente.
Pero a la música la sigue el silencio. Y después el ruido sordo de un tren agazapado en la noche. Y un cuerpo pálido de mujer arrollado por una máquina ciega que no conoce el perdón.

MARCOS-RICARDO  BARNATÁN

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